ACADEMIA DE HISTORIA DE CUNDINAMARCA

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MENSAJE DE SIMÓN BOLÍVAR A ANTONIO NARIÑO

Las tropas de Cundinamarca que han llegado a este cuartel general más de cuatro días ha, aunque disminuidas en la mitad, han pasado ya con agregación de algunos soldados de Cartagena a la villa de San Cristóbal en Venezuela, en donde se va a hacer una reunión de tropas, que al mando del coronel José Félix Rivas deben ir a libertar de paso la provincia de Barinas para incorporarse después con el grueso de nuestro ejército en uno de los puntos del Estado de Caracas.
La artillería, pertrechos y municiones de Cundinamarca que no han llegado aún, serán empleados en favor de Barinas, la cual deberá una gran parte de su libertad a las liberalidades de vuestra excelencia.
¡Oh!, ¡qué bello espectáculo se presenta, seÑor presidente, sobre el teatro del nuevo mundo que va a ver una lucha, quizá singular en la historia, ver, digo, concurrir espontánea y simultáneamente a todos los pueblos de la Nueva Granada al restablecimiento, libertad e independencia de la extinguida República de Venezuela, sin otro estímulo que la humanidad, sin más ambición que la de la gloria de romper las cadenas que arrastran sus compatriotas, y sin más esperanza que el premio que da la virtud a los héroes que combaten por la razón y la justicia!
Vuestra excelencia será el primero que, penetrado del júbilo más puro, aplaudirá sus propias acciones, las de sus conciudadanos y, sobre todo, los magnánimos esfuerzos y sacrificios de los ínclitos guerreros de la Nueva Granada, con quienes voy a tener la dicha de combatir por la redención de Venezuela y gloria de estos Estados.
Acepte vuestra excelencia los sufragios de mi alta consideración, respeto y gratitud.
Dios guarde a vuestra excelencia muchos años.
Cuartel general de Cúcuta, 10 de mayo de 1813
Simón Bolívar

FUENTE EDITORIAL:
Gaceta ministerial de Cundinamarca. 3 de junio de 1813, t. II, No. 114, p. 540-541.

DISCURSO PRONUNCIADO POR EL PRESIDENTE ANTONIO NARIÑO

No pretendo, señores, prevenir vuestra opinión a favor ni en contra de un punto de vista que me ha traído tantas persecuciones: yo os protesto delante de Dios y de los hombres, que insensible a los dicterios y a las balas de mis mismos conciudadanos, no he tenido otras miras en mis procedimientos, que el amor de la patria y de la libertad. Si he errado por ignorancia, tengo a lo menos la gloria de volver a poner en vuestras manos la Provincia íntegra, ilesa y tranquila, después de tantas divisiones, y de haber sufrido las guerras de las demás provincias hasta en el seno de su misma capital. Si el tesoro está exhausto con los grandes gestos que se han hecho para la defensa del Estado, los manantiales de la renta pública no se han agotado, y en tiempos serenos podrán cubrir las cargas de un gobierno proporcionado a la extensión de la Provincia. ¡Qué dulce es, Señores llegar al puerto después de una gran borrasca! Toda la saña de mis enemigos no me puede quitar hoy el placer que experimenta mi alma, al ver terminada voluntariamente mi pretendida tiranía, y de poder decir como Pericles, a la hora de la muerte, que después de tantas agitaciones, de tantos partidos, y de una guerra abierta contra mi persona y contra esta ciudad, no dejo una sola familia vestida de luto.
Pero faltaría a mi deber en el puesto que todavía ocupo, si antes de proceder a la instalación el Colegio, no os presentase, aunque con rapidez, mis ideas sobre los puntos que van a hacer el objeto de vuestros trabajos. No me detendré a inculcar sobre cada particular de nuestra actual Constitución; quiero daros una idea más general del estado en que contemplo a toda la Nueva Granada, con las excelentes Constituciones que hasta ahora se han trabajado. Más como sería imposible en este corto espacio discurrir sobre todas, me permitiréis que, valiéndome del sublime ejemplo de Jesucristo, emplee una parábola política, que presente a un solo golpe de vista el resultado de todas mis combinaciones.
"Había pues, una anciano padre de familia, avaro a un mismo tiempo y descuidado, que contento con atesorar el producto ordinario de sus haciendas, no trataba de mejorarlas, ni de dar a sus hijos la menor intervención en ellas. Muere este padre, y deja unos hijos activos, diligentes y deseosos de dar a la hacienda todo el incremento de que es susceptible; pero inexpertos, nos aben el modo, y en lugar de comenzar por avivar los canales que conducen los riegos, por limpiar los antiguos vallados, por cercar los portillos que el descuido había dejado abiertos, por despedir algunos sirvientes perezosos ó malvados, poniendo otros en su lugar; y en una palabra, en lugar de comenzar una reforma útil y gradual se proponen la máxima favorita de recedant, vetera nova sint omnia, y hacen buscar ingenieros que, con muy buenas dotaciones, vengan a trabajar sobre el papel los planes de reforma.
"Emplean éstos muchos días en su trabajo, se recopilan los conocimientos más sublimes en la materia y se da a la obra toda la perfección de que es susceptible: que se destruya el antigua y bárbaro sistema de que un potrero sea para cebas de ganado, otro para cría, éste para yeguas, aquel para siembras de ésta ó de la otra semilla. Cada potrero debe cercarse por separado de cal y canto para que no se roben los ganados, ni estos se desmanchen ni pierdan; se variará el curso de los riegos para darles buena dirección; se labrarán fuentes para bebedores; se plantarán árboles frondosos para dar abrigo y sombra a los ganados; se desterrarán los arados que una ciega costumbre han mantenido y se sustituirán en su lugar las sembraderas de Lucateli, tiradas con mulas para abreviar el trabajo y ahorrar la semilla. Se edificará en cada uno de ellos una casa con todas las piezas y oficinas necesarias al servicio del campo; graneros de bóveda para conservar muchos años de semilla; ramadas cubiertas de teja para las ovejas; estanques para pescados; palomares y gallineros, según los nuevos métodos, para multiplicar estas aves; hornos como en Egipto, para sacar con calor artificial cuatrocientos ó quinientos pollos de una camada; se construirán lecherías en donde poder trabajar la manteca y quesos de Flandes; se harán caballerizas para que los potros se críen lúcidos y bien educados, y, finalmente, se dividirán los potreros en tantas partes cuantas fueren necesarias, para que en cada uno pueda haber a un mismo tiempo siembras, crías y cebas de ganados, construyendo molinos aunque sean de viento, para que no haya que llevar a moler los trigos a otra parte, y se emplearán tantos sirvientes en cada uno, cuantos se empleaban antes en toda la hacienda, a fin de que todo esté bien servido.
"Publicado este plan se manda poner en ejecución en todas partes.
Pero el mayordomo, que vivía en la casa principal de la hacienda , y que había dado muchas pruebas de su desinterés y amor a la familia, se acerca a los amos y les hace presente: que aquellos planes de reforma le parecían muy buenos, aunque él no tenía los conocimientos de los sabios que los habían formado, pero que al irlos a poner en ejecución de repente, creía que era un disparate capaz de arruinar la misma hacienda que se quería hacer florecer, porque no habiendo fondos suficientes para hacer tan enormes gastos, se consumirían no solo los pocos productos que en el día daba la hacienda, sino que sería preciso echar mano de los principales; y que aún cuando alcanzaran éstos para concluír las obras proyectadas y mantener tanto número de sirvientes, al fin no haría con qué comprar las semillas y reponer los ganados, viniendo a quedar la hacienda con sus tapias y edificios que nadan producen por sí solos. Que mejor sería hacer por ahora algunas reformas indispensables, sin aumentar tantos mayordomos y concertados, y con el producto de la misma hacienda ir podo c apoco poniendo en ejecución el nuevo plan; que el aumentar los jornales sí le parecía necesario porque en razón de las manos laboriosas era el producto, y que con la renta de cada mayordomo había para mantener cincuenta peones.
"Estas reflexiones tan obvias incomodaron a los amos, comenzaron a desconfiar del mayordomo, y creyeron que la codicia y la ambición de mandar solo en la hacienda, era quien se las sugería. Cerraron los oídos a la razón y le contestaron que en otras partes se hacía esto mismo con muy buen éxito; que aunque de pronto se presentaban algunas dificultades, era preciso vencerlas con la esperanza de las grandes utilidades que se les esperaban, y solo pensaron en despedir al mayordomo como sospechoso, creyéndolo también un obstáculo para la ejecución de su obra.
"Se comenzó a poner esta en planta, corrió el tiempo y como la hacienda no producía para tan enormes gastos, se fueron vendiendo los ganados, las semillas y hasta las misma herramientas. Las deudas se aumentaron, y los capitalistas, que tenían ganas de quedarse con la hacienda, estrecharon a los herederos, que faltos ya de recursos, vinieron a caer en sus manos, y fueron conducidos a una prisión con sus planes de reforma, en donde murieron detestando la crueldad de sus opresores, que nos se habían querido esperar unos años más para realizar unas ideas que hubieran sido la felicidad y el ejemplo de su posteridad".
Me parece, señores, que la aplicación es bien sencilla: vosotros sabeis el sistema que la España siguió con la América desde su descubrimiento hasta nuestros días; contenta con sacar de ella los productos de sus riquísimos suelos, jamás pensó en mejorarlos; a nosotros se nos mantenía en una perfecta ignorancia en materias de gobierno, y no solo no se nos daba parte de él, no solo se nos prohibía el estudio del Derecho Público yd e Gentes, sino hasta de los libros que nos podían ilustrar en éstas materias. Murió la Casa de Borbón con los sucesos de Bayona y dueños nosotros de estos riquísimos y fértiles países, llenos de los más santos y laudables deseos de mejorarlos, en lugar de comenzar una reforma gradual, y meditada, abrazamos el partido desesperado de quererlo todo destruir y edificar en un solo día: recedant, vetera nova sint omnia, fue nuestra divisa; y como las ideas que más se habían divulgado entre nosotros, eran las de Norteamérica, el grito universal fue por este sistema. Se dividió el Reino en tantos Estados cuantas eran antes las Provincias y Corregimientos. Cada Estado debe tener tantos funcionarios en su gobierno como los que se necesitan para toda la Nueva Granada; los canales de estos Estados; se segarán los antiguos manantiales, y se abrirán otros nuevos para que su curso sea más natural. Habrá en cada Estado Soberano un Cuerpo Legislativo, compuesto de tantos individuos cuantos diere su población, en razón de uno por tantas mil almas (sepan o no hacer leyes); un Poder Ejecutivo que las practique; Tribunales de justicia hasta de las últimas instancias para que los pueblos no tenga que ir a mendigar a otros países; Senadores conservadores de la Constitución; fuerza armada (tengan o no armas), y tesoro público para todos estos gastos. Se fundarán escuelas para dar una nueva educación a la juventud; se abrirán caminos; se edificarán parques de artillería; fundiciones de cañones; habrá nitrerías y fábricas de pólvora; casa de moneda en todas las Provincias para que una o dos no den la ley a las demás; y finalmente, por una consecuencia de las soberanías parciales, se fundarán obispados, coros y rentas eclesiásticas.
¿Qué os parece Señores? ¿No es ésta una pintura halagüeña de nuestra futura felicidad? ¿habrá hombre, por estúpido que sea, que no alabe y bendiga la mano que trazó tan bello plan? Aquí están estampados los más sublimes principios sobre la perfectibilidad de los gobiernos.
Han corrido, no obstante, tres años y ninguna Provincia tiene tesoro,, fuerzas armadas, cañones, pólvora, escuelas, caminos, ni casa de la moneda: solo tienen un número considerable de funcionarios que consumen las pocas rentas que han quedado, y que defienden con todas sus fuerzas el nuevo sistema que los favorece. No importa, dicen, los males presentes, si la esperanza de las grandes ventajas de este sistema, nos debe recompensar con usura; la libertad hace milagros, y si no fuera por el intruso presidente de Cundinamarca, ya el Reino estaría organizado; pero este hijo desnaturalizado, por una ciega ambición de dominarlo todo, quiere reducirnos a la esclavitud de su capital corrompida.
Entre tanto los enemigos de la libertad de la América se acercan por diversos puntos; las Provincias, sin medios de defensa, ocurren a la corrompida capital y al intruso Presidente que les han franqueado seis expediciones en el año y medio; pero como Cundinamarca es la vaca a quien todos ordeñan y dan de palos en lugar de darle de comer, la vaca morirá, y las Provincias no tendrán a quién recurrir dentro de poco. ¿Será preciso, señores, ser un gran profeta para pronosticar la suerte que se nos espera? ¿Debemos buscar en manejos ocultos la causa de nuestra ruina, ó en nuestros propios delirios? ¿Qué se habría dicho de un hombre que a principios del siglo pasado hubiera aconsejado a Pedro el Grande que redujera la Rusia en Provincias Soberanas para hacer la felicidad de aquellos pueblos, con el sistema más perfecto que han inventado los hombres? ¿Qué contraste no habrían hecho las Provincias de Siberia y de la Nueva Tartaria con las de Moscú ó Petesburgo? ¿Cómo habría podido civilizar éste grande hombre en tan poco tiempo tan vasto imperio? ¿Cómo habría podido resistir al torrente impetuoso de los ejércitos de Carlos XII, si la Siberia, Kamtchatka y las demás provincias interiores hubieran tenido que disciplinar y pagar por sí sus tropas y nombrar sus Generales?
Pero ya oigo que se me va a responder que el Congreso salva cuantas dificultades se opongan a este sistema y yo contesto solo en dos palabras: Que establecer un sistema de debilidad para formar un cuerpo robusto, es una contradicción, un absurdo y el último de los delirios del entendimiento humano; debilitar los fragmentos para robustecer el edificio no cabe en mi cabeza. Sin que se me replique con el ejemplo de Norte América, porque repito cien veces que no estamos en caso de comparación con unos pueblos que siempre fueron libres, y que tuvieron los auxilios de la Francia y de la España para defenderse. Y si nosotros nos hemos de perder en nuestras bellas Constituciones, ¿Por qué no hemos de abrazar otro sistema que, aunque menos liberal, nos pueda a lo menos poner a cubierto de los males que se nos esperan? ¿Por qué no hemos de abrir los ojos con la experiencia y remediar el mal en donde lo conocemos antes de que se haga incurable?
No está aquí por demás un ejemplo que acabe de aclarar mis ideas en esta parte: el célebre Smith, en su obra inmortal de la Riqueza de las naciones, hace ver hasta la evidencia que de la división del trabajo nace la perfección de las artes y su bajo precio; que un alfiler que pasa por diez y ocho manos distintas no alcanzaría a mantener un hombre si lo trabajara solo. Pero siendo este el fundamento de su sistema, añade: más si en Escocia, en donde no tienen salida las fábricas, un herrero se dedicara a hacer solo llaves de candados, este herrero perecería por falta de expendio; aquí debe ser cerrajero, herrero y todo a un mismo tiempo. Es decir, que lo más perfecto no se puede establecer con el mismo éxito en todas partes; que las plantas que prenden bien en el Norte, quizás mueren en el Mediodía, y que no hay gobierno que pueda convenir indistintamente en todas partes. Ningún hombre merecería con más justa razón una estatua que el que encontrara un sistema universal de gobierno, que conviniera igualmente en todos tiempos a todos los países del mundo.
Nada digo Señores que no esté delante de vuestros ojos. El día funesto se acerca en que si mudamos de conducta, vamos cargados de nuestras bellas Constituciones a morir en los cadalsos ó en las bóvedas de las Antillas, maldiciendo la crueldad de nuestros capitalistas, que no nos concedieron tres años más para acabar de realizar nuestro sistema favorito. Quiera el cielo que mis temores sean infundados, y que puesta hoy nuestra suerte en manos de tan diestras como las de los ilustres miembros que van a formar este Colegio, nuestro horizonte se despeje y tomen otro semblante las cosas. ¡Acordaos Señores, de la respuesta de aquel filósofo que, después de haber viajado por los países más ignorantes y bárbaros del Asia, preguntándole qué había ido a aprender, contestó: lo que debo evitar; el médico que conoce la enfermedad tiene hecha la mitad de la curación. Nuestros males los tenéis presentes, sabéis lo que debéis evitar, solo os resta, pues, hacer la mitad del camino para remediarlos.
No puedo en este momento, señores, dejar de sentir toda la amargura que un alma sensible debe experimentar al ver la obstinación con que trabajamos en nuestra ruina. Apelemos por un instante a nuestros corazones; el hombre que se dirige de buena fé al suyo, dice un sabio escritor, es siempre accesible a la voz de la justicia y de la razón. Si nos empeñamos en sostener con pertinacia nuestras particulares ideas, si sigue el espíritu de partido y de división, vuestros trabajos van a ser inútiles; ahora si os digo yo con propiedad; recedant vetera, nova sint omnia. Olvidemos todo lo pasado y conservando solo la memoria de los males que nosotros mismos nos hemos causado tratemos de aplicar muy pronto el oportuno remedio. Más ¿Cúal será este? ¿A quién deberemos creer en medio de la variedad de opiniones que nos rodean? ¿Quién debe decidir ésta cuestión? La experiencia, os respondo; si la pintura que os acabo de hacer es exacta, el mal está conocido, y el remedio se presenta naturalmente. Veámoslo descendiendo a los puntos que particularmente tenéis que tratar.
Es indubitable que el Congreso no puede subsistir sin Cundinamarca; lo es igualmente que Cundinamarca no puede sostenerse por sí sola dando auxilio a todas las provincias; con que es indubitable que no podemos subsistir en el estado en que nos hallamos.
Si el Congreso se obstina en no ceder de su opinión y Cundinamarca en no ceder de la suya, otra guerra doméstica es inevitable, porque sólo la fuerza de las armas puede decidir la cuestión.
Luego, si queremos subsistir y que no haya una nueva Guerra civil, es preciso, ó mudar el sistema general, ó entrar Cundinamarca en federación con las demás Provincias.
No hay medio Señores, no pudiendo subsistir en el estado actual, es indispensable una nueva guerra civil, mudar el sistema general, ó entrar en federación.
El primer partido parece que no es necesario discurrir mucho para conocer lo impolítico y bárbaro que sería adoptarlo sin una extrema necesidad, y con la cuasi certeza de que dábamos el último golpe a nuestra libertad.
El segundo lo he propuesto a todas las Provincias, invitándolas a que reunamos la Gran Convención, como el único cuerpo que legalmente podía determinar el sistema fuerte y uniforme que debía abrazar toda la Nueva Granada para salvar su existencia; pero ésta propuesta se ha desechado absolutamente por unas, se ha entretenido por otras, y todos la han mirado como pensamiento de Cundinamarca y mío; es decir, que aunque sea más útil y más claro que la luz del día, no se debe adoptar, porque va por el conducto de Nariño.
¿ Y deberemos nosotros seguir su ejemplo? No, jamás debe el hombre hacer lo que vitupera en otros; el médico experto cuando se le resiste en enfermo a tomar la medicina, no lo deja morir por esto, sino que sustituye otra en su lugar aunque no sea tan eficaz. Las Provincias enfermas se resisten a abrazar otro partido que el de la federación, ¿las hemos de dejar morir y morir nosotros con ellas porque no conocen su delirio? ¿La prudencia no dicta ya que abracemos el único medio que nos dejan, aunque en el fondo sea defectuoso? Es mejor, sin duda, un mal sistema, que ninguno.
Opino pues, que entremos en federación, no porque crea éste el mejor sistema para nosotros en las circunstancias actuales, sino porque es el único camino que nos queda para no concluir inmediatamente con nuestra libertad y nuestra existencia. Digo más: que ya nos decidamos a abrazar este partido, sea sin restricción ninguna, poniendo nuestra suerte enteramente en manos del Cuerpo Nacional.
¿No deberíamos nosotros esperar que a nuestro ejemplo las demás provincias y los miembros que hoy componen el Congreso se franqueen también por su parte, y concordes y amigos se avara un nuevo horizonte que nos facilite las reformas que necesitamos? ¿No vamos con este paso a conseguir el primer bien,, que es la concordia y la uniformidad de ideas y de sentimientos que forman la principal fuerza de un Estado? Cuando no lográramos otra ventaja que el desengaño, deberíamos ya abrazar este partido para que cesase la división.
El Congreso puede acelerar la reunión de la Gran Constitución e invitar entre tanto a las Provincias a que simplifiquen sus Gobiernos reduciéndolos al Poder Ejecutivo, al Judicial de las primeras y segundas instancias, y a un Senado compuesto de tres sujetos formando una Legislatura General compuesta de los hombres más instruida de todas las Provincias un número proporcionado a las luces generales y a la importancia de la materia; y tres ó cuatro Altos Tribunales de Justicia para los últimos recursos. El ahorro que de esta reforma resultaría, debía entrar en el fondo común para mantener tropas veteranas. No nos alucinemos con planes de perfectibilidad; sin dinero no hay tropas no hay fuerza y sin fuerza no hay libertad, por más razón que tengamos. Pasemos a nuestra Constitución.
La Revisión de la Constitución es, en mi sentir, de necesidad absoluta; y sería quizás más conveniente y más sencillo revisar la primera, que la ya revisada, porque ésta última es tan defectuosa, que costaría más trabajo y más tiempo reformarla que hacerla de nuevo.
Para emprender esta obra creo que se debe tener presente no solo lo que llevo dicho sobre las Constituciones en general, sino también la extensión en que quede la provincia, sus rentas, sus luces, su población, y que el número de funcionarios no sea en razón de ésta, sino de las luces y de las rentas públicas. Es una cosa asombrosa entre nosotros, que a proporción que confesamos el corto número de hombres instruidos en materia de gobierno, hayamos aumentado con tanta profusión el número de Legisladores. El Poder Ejecutivo y el poder Judicial no son más que unos instrumentos para practicar las resoluciones del Cuerpo Legislativo; toda la sabiduría humana se necesita para poder hacer una ley, y basta la honradez y sentido común para ponerla en ejecución.
¿Qué diremos, pues, de nuestro sistema de un Legislador por tantas mi almas de población? Que las leyes no se harán por los pueblos más ilustrados, sino por los más populosos. Cuando se trate de levantar ejércitos, de abrir canales y de labrar la tierra, que sea en razón de la población; pero cuando se trate de hacer leyes, que sea en razón de las luces, porque aquí de nada sirve el mayor número de hombres, si no tienen conocimientos necesarios.
De una buena legislación nace la perfección de los gobiernos, y de esto la felicidad de los pueblos; pero es preciso comenzar por donde se debe comenzar, dice el Abate Raynal: la masa general de la Nación no se alimenta de ideas sublimes, sino de sensaciones: hagámosles sentir las ventajas de la libertad y ellos la desearán. El pueblo reduce el círculo de sus ideas a solo dos puntos: administración de justicia y medios de subsistencia; la seguridad general es un bien negativo que no lo conoce hasta que lo va a perder, y éste corresponde a los que gobiernan.
Desarrollad, señores, estos tres puntos, y ellos os darán todos los datos necesarios para establecer fundamentos de una buena legislación; en la administración de justicia están comprendidos los sagrados derechos del hombre, su propiedad y su seguridad individual; en el fomento de la agricultura y el comercio, sus medios de subsistencia; y en la fuerza armada y el tesoro público, la defensa y seguridades generales. Pero advertid también que en la aplicación de los medios es preciso consultar con los hábitos nacidos de la educación o del clima; no para fundamentarlos sin son viciosos, sino para contemporizar en cierto modo con ellos por la imposibilidad de destruirlos de un golpe.
Como este punto se me ha criticado otras veces, a pesar de la autoridad de los hombres más grandes en política y en historia natural, que están acordes conmigo, quiero valerme de la especie que tuvo un bufón de Pedro el Grande sobre la materia. Había mandado este Emperador algunos jóvenes a los países más cultos de Europa para que se instruyeran, y esperaba que a su regreso la Rusia mudaría de semblante; su bufón, que lo oyó, dobló fuertemente un papel y le dijo al Monarca que lo desdoblara y le pasara la mano para ver si se le borraban las señales que había adquirido. ¡Lección admirable, en que están compendiado cuantos discursos se pudieran hacer en el particular!
No es necesario un grande esfuerzo de la razón para conocer qué tan difícil es borrar las señales que dejan los dobleces en el papel, como los hábitos en nuestra máquina: usad de vuestra mano izquierda, ni aunque la razón os persuada cuán ventajoso sería el manejo de ambas manos, advertiréis las dificultades que os cuesta venceros. La Francia, con su guillotina y con torrentes de sangre no pudo lograr esta metamorfosis repentina; y ésta fue la causa primaria de la ruina de su nuevo sistema. Pasar por grados de lo conocido a lo desconocido, es lo que nos enseña una buena lógica, en todo conforme a la razón y a la experiencia. Todo lo que puede hacer el amor a la libertad es acelerar estos pasos, pero nunca trastornar su curso sin el peligro de hacer esfuerzos infructuosos.
Tres ejemplos no más quiero poneros en nuestros más acalorados demócratas: amor a los empleos, a las distinciones y al ocio. Al oírlos parece que el santo de la patria y de la libertad es el único móvil de sus acciones; pero siguiendo el consejo de Cicerón, tentadlos con un trabajo asiduo y constante, y si por fortuna lo lograrais, veréis al instante la reclamación de las recompensas debidas a su mérito; llegad al otro, y no digo pedidle la hija para que se case con un hombre labrador, sino sólo que sirva en la milicia con el valiente artesano, y lo veréis desertar creyendo manchado su linaje. ¿De dónde nace ésta contradicción? De que, aunque quieren, no pueden de repente escribir con su mano izquierda.
La Constitución debe simplificarse y reducirse a lo que es puramente constitucional. No se debe prefijar tiempo para su revisión, porque como de ella deben partir primero las leyes generales, si cada año se muda, es preciso también mudar toda la legislación, lo que es un absurdo espantoso. Si el Colegio cree que puede tratar sobre el pormenor de las elecciones, sobre educación y sobre el arreglo del Tesoro Público y de la milicia, esto lo debe hacer por separado en reglamentos constitucionales. La experiencia ha enseñado, por ejemplo, lo defectuosos de las actuales elecciones; ¿no sería un trabajo y un gasto ocioso el tener que reimprimir la Constitución, solo por reformar este punto puramente reglamentario? Lo mismo se puede decir de los otros de esta naturaleza.
Quisiera poderme detener sobre otros puntos no menos importantes, pero el tiempo no lo permite; y solo os añadiré que siendo indeterminado el territorio del Estado después de tres años, por el sistema desorgánico que desde el principio se adoptó, no puedo presentaros padrones de la población, ni producto de nuevas rentas; hoy es de Cundinamarca lo que mañana es de otra Provincia, y éste trastorno traer consigo una verdadera causa de debilidad general; porque en el tránsito de los pueblos de una a otra Provincia , las rentas públicas se disipan y el trabajo productivo para, siendo su resultado solo discordia y pobreza.
Ya habéis visto, señores, que el sistema federal es el más perfecto que han encontrado los hombres para que se gobierne pacíficamente los pueblos que han llegado a la adolescencia con luces, con rentas y con fuerzas para sostenerse; es también el más débil y el menos a propósito para los pueblos nacientes que se hallan amenazados, como nosotros, de ser invadidos de Europa y que carecemos de luces generales y de fuerzas para sostenernos. Habéis visto también que habiéndose hecho la federación una enfermedad epidémica en toda la América española por el contagio de la América Inglesa, y viéndonos en la dura alternativa de federar o continuar una guerra escandalosa y bárbara, la prudencia y la humanidad dictan abrazar el primer partido. Os he presentado, aunque con rapidez, la necesidad de reforma la Constitución y de acomodarla a la extensión en que quede la Provincia, a sus luces, a sus rentas y sobre todo, a nuestros hábitos, y, finalmente que os debéis circunscribir en ella al más estrecho recinto.
Asentad las bases de una recta y sabia administración de justicia, en que el hombre pueda vivir seguro y tranquilo al abrigo de su inocencia; dad el primer impulso al fomento de la agricultura y el comercio, no solo como a manantiales de la renta pública, sino como al medio seguro de aumentar la población; estableced un sistema de economía en el Gobierno buscando nuevos manantiales al Erario para levantar tropas y comprar armas, y dejad lo demás al tiempo.
Penetraos, señores, des estas verdades y de la importancia del puesto que hoy venís a ocupar; volved sobre vuestros hijos, sobre vuestras esposas y sobre uno ó dos millones de hombres cuya suerte va quizá a depender de una palabra que caiga de vuestros labios. Cuando nuestra suerte dependía de unos amos fieros y altaneros, nos bastaba saber obedecer; pero hoy, que depende de nosotros mismos, es preciso saber pensar, saber sofocar nuestras pasiones, nuestros resentimientos, nuestros vicios, y saber sacrificar generosamente nuestros intereses y nuestras vidas. Advertid que ya estáis en alta mar y que no basta arrepentiros de haberos embarcado para llegar al puerto; es preciso no soltar los remos de las manos, si queréis escapar de la tormenta. ¡Que el fuego sagrado de la libertad penetre vuestros corazones, que inflame vuestras almas, que ilumine vuestros entendimientos ¡ Sí, ¡Que este fuego puro, este fuego santo, que no es otra cosa que caridad y amor a nuestros a nuestros semejantes, nos haga dignos del alto rango a que hoy nos llaman los destinos del nuevo mundo! Nada acerca tanto al hombre a la Divinidad como la acción de mejorar a sus semejantes, de romper sus cadenas, de enjugar sus lágrimas y hacer su felicidad. La virtud es la base, el fundamento de la libertad; sin ella no hay más que confusión y desorden. ¡Que un trabajo asiduo y constante, que una reflexión madura y detenida y una integridad a toda prueba contra la intriga, la seducción y el cohecho, sean los distintivos que os caractericen! El cielo bendecirá la obra de vuestras manos, y nosotros con toda nuestra posteridad cantaremos himnos de gozo y de reconocimiento a los restauradores de la paz, a los libertadores de la patria.

INSTALACIÓN DEL COLEGIO ELECTORAL EL 13 DE JUNIO DE 1813

El excelentísimo señor presidente del Estado don Antonio Nariño pronunció allí un discurso, en que con energía y eficacia manifestó los objetos que debían ocupar la atención del serenísimo colegio, la gravedad e importancia de ellos, la peligrosa situación del reino y lo poco que en el actual estado de cosas se podía adelantar en defensa de éste, y propuso el sistema y arbitrios que creyó a propósito para evitar la espantosa catástrofe que por todas partes amenaza. En seguida se procedió al juramento de los representantes y, concluido este acto, a la elección de presidente del mismo colegio, que resultó en favor del benemérito don Manuel Bernardo Álvarez, bien conocido por su patriotismo y demás virtudes. El del Estado lo colocó en la silla que hasta aquel momento había ocupado, y poniéndose a su derecha tomó la palabra e hizo presente que las cosas por la instalación del colegio se habían restituido al orden constitucional, y que en consecuencia su excelencia había concluido las funciones de presidente del Estado y sus facultades habían expirado, pues éstas le habían sido conferidas el 11 de septiembre de 1812 por la representación nacional en virtud de las instancias del pueblo y de las tropas para salvar a la provincia de los riesgos inminentes de que estaba amenazada, los cuales habían cesado ya; que su excelencia, en aquel día de la clase de simple ciudadano en que se hallaba, por la renuncia que había hecho y se la había admitido por el senado de la presidencia, había sido colocado al frente del gobierno con un poder absoluto para obrar y que hasta este momento había gobernado legítimamente por ser inconcuso y confesado por todas las naciones el derecho que los pueblos tienen para nombrar dictadores cuando la patria se halla en peligro, pero que hoy era opuesta su existencia en este puesto y con tal carácter a la restitución de las cosas al orden constitucional, y que por lo mismo debía tomar el mando de la provincia el sujeto que designaba la constitución hasta tanto que revisada ésta se eligiese el propietario. Oídas éstas y otras varias reflexiones que hizo el expresado señor presidente, todas ellas dirigidas a persuadir que era contra las leyes fundamentales del Estado el que su excelencia continuase un instante más a la cabeza del gobierno, entró en discusión el serenísimo colegio sobre la materia. Muchos de sus miembros y aun algunos de los ciudadanos particulares que se hallaban presentes opinaron que el 11 de septiembre no se había hecho otra cosa que restituir al señor Nariño a la presidencia, que había dejado por el imperio de las circunstancias, y en el concepto de que este paso concluiría las desavenencias suscitadas entre ésta y las demás provincias y que, por lo mismo, su excelencia era un jefe constitucional, pues la amplitud de facultades o la dictadura había sido un agregado de aquélla; otros reflexionaron que por la sola instalación del colegio no se había restablecido el orden constitucional y que se necesitaba para ello una sanción expresa del mismo; pero todos convinieron en que debía continuar en el mando dicho señor Nariño. Este insistió con repetición y empeño en su primera idea e interponiendo los pequeños servicios (fue la misma voz de que se valió) que había hecho a Cundinamarca, suplicó a su alteza soberana resolviese su separación del gobierno, añadiendo que ésta podía contribuir a que cesasen la división y los partidos, y protestando que estaba pronto a sacrificarse por su patria y a desempeñar gustoso cualquier encargo que se le diese en favor de ésta con tal que no fuese el de gobernarla. El debate fue dilatado; pero podemos asegurar con verdad que sólo el enunciado señor presidente sostenía que debía dejar el mando, pues todos los miembros del colegio opinaban por el extremo opuesto, y de conformidad con este concepto se decidió por totalidad de sufragios que su excelencia continuase al frente del gobierno en los mismos términos y con las mismas facultades que se le confirieron el 11 de septiembre citado hasta tanto que, tomándose el negocio en consideración por aquel soberano cuerpo con el acuerdo y madurez que demanda su gravedad, se resolviese lo conveniente.
Dada esta decisión se retiró el serenísimo colegio al edificio llamado de las Aulas en donde debe continuar sus trabajos. Su instalación se celebró con toda pompa, grandeza y magnificencia debidas en lo humano exclusivamente a la soberanía de los pueblos legítimamente representada. Los cuerpos militares del Estado cubrieron los cuatro costados de la plaza desde las ocho de la mañana, permaneciendo en ella formados hasta la una de la tarde en que se disolvió la asamblea, a la que hicieron los honores correspondientes.
FUENTE EDITORIAL:
Gaceta ministerial de Cundinamarca. 17 de junio de 1813, t. II., No. 117, p. 548-549.